yo siempre hablo en bajito
por miedo a que alguien
me oiga gritar
en silencio.
las agujas del reloj
se me clavan en el corazón
de punta.
me desangran,
hora a hora.
escucho el tictac
como quien oye llover;
y cada hora,
sesenta minutos,
tres mil seiscientos segundos
y doscientos dieciséis mil vaivenes,
me desangro un poquito más.
se me cierran los ojos
de no estar cansado
porque no tengo por qué estarlo.
no sé qué es mejor,
si tirarme al río de una zambullida
o sentarme en el bordillo a ver la vida no pasar.
tengo todo lo que pienso escrito en los márgenes
de las hojas, y todo el mundo me dice que no escriba
ahí.
yo respondo que no tengo dónde hacerlo
y miran con una mezcla
de perdona y déjame
y a mí se me quitan todas las ganas
de escribir.
por eso todas las libretas que tengo
ya no tienen margen.
se me cierran los ojos
de no estar cansado
porque no tengo por qué estarlo.
no sé qué es mejor,
si tirarme al río de una zambullida
o sentarme en el bordillo a ver la vida no pasar.
tengo todo lo que pienso escrito en los márgenes
de las hojas, y todo el mundo me dice que no escriba
ahí.
yo respondo que no tengo dónde hacerlo
y miran con una mezcla
de perdona y déjame
y a mí se me quitan todas las ganas
de escribir.
por eso todas las libretas que tengo
ya no tienen margen.
Vamos, ¡camina!
(Me sobran palabras).
¿adónde vas?
(¿y adónde quiero ir?)
me escuecen los oídos de oír tan poco
y ya no sé mantenerme a flote.
en esta parte no hago pie
y hay algo en el fondo que quiere arrastrarme hacia abajo:
no lo tengo claro, pero por el
tacto
creo que soy yo mismo
que quiero ahogar las penas
en agua salada,
que la gente dice que cura todas las heridas.
y yo las tengo a flor marchita de piel.
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