tengo, tengo, tengo

Tengo una sombra muy grande clavada en la costilla y se me expande por todo el cuerpo y no hay nadie que se ponga delante y me quite un poco. No me da miedo que me coma —eso qué más da ahora— pero sí me aterra que sea mi sombra. Que hace tanto tiempo que no la uso que igual se ha cabreado y quiere clavárseme y meterse dentro, donde no vea el sol. Que no le gusta. 

Tengo una sombra clavada en la costilla y nadie con quien compartirla, nada más que mi soledad, y la veo muy incorpórea. Por eso la envidio. Porque intento escribir en verso pero creo que a mi sombra le gusta todo más condensado. Con menos espacio. Como si quisiera decirme algo. 

Tengo una sombra clavada en la costilla y no quiero que vengas para que no apague esa luz que desprendes. No quiero que nada ni nadie te eclipse, pero tú ya eres demasiado eclipse para mí. Eres todos los astros cuando se juntan. Eres el sol en tu pelo y Urano en tus ojos. Eres Marte en la sonrisa irónica que tienes y Júpiter, ahí, al final de tu frente. 

Tengo una sombra clavada en la costilla y tengo miedo de que seas tú. 

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